domingo, 21 de octubre de 2012

Y la puerta se cerró...



Cerró la puerta de su despacho con llaves.

Quería estar seguro que ella ya no entraría más allí y que no volvería a tocar su ordenador jamás. Pretendía así, esconder de su mujer una verdad aullante, que ni con mil llaves se esconde. Lo hizo para que no pudiera ver más sus vicios y goces virtuales, intentando así evitar nuevas discusiones y disgustos desnecesarios a su ver.

Pensó seguramente, que cerrando la puerta, ella no se enteraría de más nada y que de este modo, volverían a estar en paz. Entretanto, al hacerlo, ni se enteró que también cerró cualquier posibilidad de abrir su corazón, de intentar sosegar el de ella y también, el de llevar adelante la pretendida relación ya en desgaste y casi en ruinas. 

Y haciendo eso, él no se dio cuenta que cerró la puerta de una vez por todas a su futuro junto a ella...





© M.del Carmen B.García



jueves, 11 de octubre de 2012

Afinidades...




"Afinidade é retomar a relação no ponto em que parou sem lamentar o tempo de separação. Porque tempo e separação nunca existiram. Foram apenas oportunidades dadas ou tiradas pela vida, para que a maturação comum pudesse se dar. E para que cada pessoa pudesse e possa ser, cada vez mais a expressão do outro sob a forma ampliada do eu individual aprimorado"

(Arthur da Távola)




“Afinidad es retomar la relación en el punto en que ha parado sin lamentar el tiempo de separación. Porque tiempo y separación nunca existieron. Apenas han sido oportunidades dadas o quitadas por la vida, para que la maturación común pudiera ocurrir, y para que cada persona pudiera y pueda ser, cada vez más la expresión del otro bajo la forma ampliada del yo individual perfeccionado”

(Arthur da Távola)




Trad.
M del Carmen B.García




viernes, 28 de septiembre de 2012

Artículo publicado en La Vanguardia, escrito por la periodista Ángeles Caso



Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.

Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.

Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.

Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.

También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso.

Casi nada.
O todo.

de Ángeles Caso.



Mi única bandera - CUDE

Vídeo  producido por mi hija con sus compañeros del Bachiller. Todos somos iguales, nada de discriminaciones. Basta de fronteras y barreras. Todos por uno y uno por todos.

domingo, 22 de julio de 2012