lunes, 10 de julio de 2017

Ojos azules...



Era bella. Tenía hermosos ojos azules, una piel muy blanca y un rostro moldurado por un pelo rizado muy negro. Poseía también una educación y cultura que la distinguían del resto de la gente de aquel barrio proletario. Por dentro algo se le había roto, algo que jamás logró superar. Su marido, en cambio, no tenía muchos estudios, pero aprendía todo cuanto se proponía. Era honrado y muy trabajador.


Lo único que parecía unirles y separarles al mismo tiempo, era su única hija, una niña revoltosa y desasosegada que disfrutaba de la calle porqué en ella podía sentir la libertad que tanto amaba. Era difícil mantenerla en casa. La sentía demasiado pequeña para vivir sus aventuras bajo aquellos ojos azules.


© M.del Carmen B.García

domingo, 9 de julio de 2017

Mi viaje en tren...



Había soñado y planeado ese viaje durante toda mi  vida. Lo tenía clavado en el alma desde uno de los primeros libros que había leído, Anna Karenina y quizás podría conocer la casita del jefe de estación en donde murió de pulmonía quien la inmortalizó, León Tolstói.

Me compré un platzkart, billete de tercera clase, una forma de viajar largas distancias en tren de manera económica y de estar en contacto directo con personas de un mundo más real. No quería lujos, sólo vivencias, me encantaba la cultura de la Europa del Este, injustamente pintados como los malos de las películas.

Me venía a la cabeza lo que afirmaba Álvaro Cunqueiro, “toda la literatura rusa estaba atravesada por un pitido de tren en la noche”. Quería confirmarlo por mi misma.

Pasaría por las blancas y convulsas estepes del Dr. Zhivago y conocería Tobolsk donde nació Dostoevsky y también Ekaterimburgo dónde está muy presente la tragédia de zar Nicolás II hasta el lago Baikal, cerca de Mongolia. Viviría en directo mucho de esa história triste que tanto me fascinaba.

Con mi billete tendría derecho a un vagón abierto con camas tipo literas que daban tanto a las ventanas como a los pasillos. Me pegué a la ventana de inmediato. Me venía a la cabeza con quienes iba a compartirlo. ¿Serían personas agradables? Estaba algo asustada, pero muy emocionada.

Luego al principio del viaje entraron más tres personas, una pareja y un hombre de mediana edad. La pareja seguramente era del este. La señora era el prototipo de sus bellas mujeres a pesar de no ser tan joven. El otro señor me saludó con una sonrisa franca. No estaría sola y de cierto modo me alegraba.

Al poco tiempo la señora me miró y me habló de modo cariñoso:

¿Viajas sola? Eres valiente ¿No?
¡Supongo que sí! Siempre lo he sido. Le respondí, sonriendo.
¿Es la primera vez que viajas en este tren?
¡Sí! Hace años que quiero hacerlo y me surgió la oportunidad. No quise perderla.
¡Haces bien¡ ¡Hay veces que si la dejas pasar no se repite!

Asentí con la cabeza y le sonreí. ¡Me gustó! No todo el mundo entabla conversación con desconocidos. Se parecía a mí y me dejó más a gusto.

El señor que me había saludado, empezó a hablarme y preguntarme de dónde era, que hacía, si tenía hijos, si estaba casada, esas cosas que se hacen para iniciar una amistad por unas horas. Me pareció que a todos nos disgustaba hacer ese largo viaje en soledad.

La señora que se llamaba Tatiana, abrió su pequeño maletín de viaje y sacó de él un juego de las famosas muñequitas rusas conocidas por matrioshkas y me las ofreció, preguntándome si conocía su significado. El marido se rió y le dijo que seguramente sí, eran ya conocidas en todo el mundo.

¿Las conoces? ¿Sabes su significado? Me preguntó.

Seguramente, le dijo su marido, todos en el mundo ya las conocen.
Nos reímos todos, pero las acepté con gusto, sería un recuerdo muy especial para mí. El otro señor, de nombre Akim, empezó a involucrarse más y cada vez me agradaba más su presencia. Era muy apuesto, dulce, culto y simpático. Su nombre lo decía todo, era un dios. Le encantó que me gustara la literatura de su pueblo y nos pasamos buenas horas hablando de ello, entre otras cosas.

¿Os apetece beber algo? Voy al bar. Aprovecho y les traigo alguna cosa para comer también.

Todos nos miramos, le agradecimos y aceptamos con gusto su oferta.

¿Voy contigo y te ayudo a traerlo?  Pregunté.

Mi intención era la de aprovechar más de su presencia. Creo que también le gustó la idea porqué la aceptó con una sonrisa..

Nos fuimos al vagón restaurante y nos trajimos patatas fritas, sopa y dumplings, cerveza y vodka ruso. Todo se lo pagó el caballero Akim, que a esas alturas ya sabía que era de Moscú, pero que vivía en Francia hacía años y que iba a visitar algunos parientes en Rusia, además de tratar de algunos negocios.

Después de horas entre conversaciones agradables y risas, la pareja se bajó del tren. Nos despedimos y nos cambiamos direcciones y teléfonos con la idea de volvernos a ver algún día. A ellos les encantaba España, sería un placer recibirlos en casa.


Akim y yo seguimos hablando como si nos conociéramos de mucho tiempo y aún así teníamos mucho que hablar. Se propuso a acompañarme hasta mi trayecto y que en la vuelta haría lo que había planeado. Ya casi éramos más que amigos y me gustaba la idea. Me llevó a conocer todos los sitios que pretendía,
explicándome en detalles su rica historia. No podría haber soñado con un cicerone mejor y más agradable.

Estaba realmente encantada con este viaje. Había estado en sitios de leyendas y de ensueño acompañada por un galante señor de los que no conocía hacía años. Todo me encandilaba. Estaba agradecida por haberme atrevido a hacer ese tan soñado viaje. Mi vida estaba cerrando un ciclo de una manera inesperada y mágica. Jamás lo hubiera imaginado.

El pitido del tren en la noche no había atravesado sólo la literatura rusa, definitivamente también había atravesado mi corazón..


© M.del Carmen B.García