Habían sido plantadas en el mismo jardín. Se les había regado siempre
con cariño y apreciaban el mismo Sol, la misma Luna, bajo el mismo cielo.
Estaban siempre muy próximos el uno al otro, crecían y florían juntos,
compartiendo el mismo aire.
Anturio era bello y fuerte. Rosa era bella, delicada y desprendía un aroma
embriagador. Muchos la admiraban.
Anturio empezó a tener envidia de su compañera de jardín, de su delicadeza,
de su aroma y de su presencia.
En un día de tempestad, bajo un cielo cargado de nubes oscuras y de fuertes
rayos, ella se abrigó a su lado para protegerse de la tormenta.
En ese momento Anturio descubrió su fragilidad, no dudó y poco después
se lanzó sobre ella y la aplastó sin piedad.
© M del Carmen Barredo García