En un mundo tan cínico como el nuestro, con una sociedad enferma y líquida como dice Zygmunt Bauman, es difícil hablar del marginal tal como nos quieren hacer entender. Siempre nos lo presentan como un indigente, un drogadicto, un mendigo. Esos son los más débiles.
Algunos con enfermedades mentales, sociópatas o psicópatas a los que la sociedad excluyó y que llegaron a ese extremo por no encontrar apoyo ni los soportes adecuados. Otros entretanto logran llegar al poder, lo que es mucho más peligroso para la sociedad. Mostrar a esos como marginales, es una manera de desviarnos de una realidad más amplia en el intento de subyugarnos a todo lo que la sociedad nos quiere imponer.
Allan Poe, van Gogh, Beethoven, Hemingway, Truman Capote, Emily Dickinson, Dostoyevski, Kafka, Juan Carlos Bover fueron considerados proscritos, inadaptados, revolucionarios, por no encajarse en la sociedad y denunciarla en sus obras en el intento de cambiarla.
Un marginal puede ser alguien que al no adaptarse en esa sociedad injusta, lucha por cambiarla. Es atrevido por divergir de toda la basura que nos imponen en publicidad, con leyes, en la estética, en los estudios que debes seguir o no, deslumbrando buenos ingresos en un futuro, aunque te mueras en el intento. Lo que se come o se deja de comer, lo que se viste, el coche que tienes que comprar. En fin, toda esa porquería que te imponen para conveniencia, beneficio y lucro de algunos.
En ese caso sí, reconozco, soy marginal con mucho orgullo, porque a mi ver, no es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.