jueves, 8 de junio de 2017

Cita a ciegas.


                                                  
Lo había hecho ya varias veces. Después de algunas conversaciones online en una página de citas muy conocida y verificar que él tenía buena escritura y cultura, además de vivir muy cerca de mi casa, marcamos una cita. Sería uno más entre muchos otros intentos que no resultaron en nada. Al fin de cuentas, podía cenar con alguien, después quizás ir a bailar, caminar por un paseo marítimo, ir al cine o simplemente despedirnos y irnos cada uno a su casa.

Después de poco tiempo, por fin íbamos a conocernos en persona, de este modo, al vernos en vivo y con un poco más de convivencia, podríamos concluir si tendríamos alguna posibilidad o no.

Como siempre esa expectativa me provocaba cierta ansiedad. Ya había pasado por eso varias veces y sabía que el contacto directo puede destruir horas de conversaciones aparentemente agradables. Los ojos siempre transmiten lo que las palabras muchas veces no osan decir.

Hacía mucho frío aquella noche, yo ya estaba en el punto acordado para conocernos y a pesar de insegura, decidida. No pretendía volver atrás, entretanto al verlo acercándose no me dió buena espina. Llevaba con él además de una ropa cara que antecipadamente me había descrito, una mirada tan fría como la misma noche y un aura turbia y oscura.

Nos presentamos, nos dimos dos besitos en las mejillas, fuimos a cenar, después caminamos por el barrio juntos y empezamos a conocernos más. No dejaba de ser cansino resumir una y otra vez una larga vida en pocas horas, pero quien sabe si de esta vez ganaba en la lotería y conocía al hombre de mi vida. Todo era una cuestión de suerte. ¿Por qué no arriesgarme?

Por una serie de circunstancias, al vivir tan cerca, al vernos tan a menudo y mimarme siempre con halagos y regalos, quizás para suplir su falta de encanto y gracia, al cabo de unos meses ya estábamos juntos.

No éramos adolescentes y sabíamos lo que queríamos, alguien con quien compartir el resto de nuestras vidas. Entretanto con la convivencia diaria, al poco tiempo me di cuenta que lo que me había tocado era en realidad un premio muy gordo, demasiado gordo para mi gusto.

Tristemente pude comprobar que a pesar de mis ilusiones, mi primera impresión, como siempre, no me había engañado. Su aura oscura y su mirada fría finalmente me superaron.

Ese mi aprendizaje fue absolutamente abrumador al punto de jamás proponerme otra cita ni a claras, ni a ciegas. ¡Lección aprendida!




© M.del Carmen B.García
  




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