domingo, 4 de junio de 2017

Las urracas-ladronas...


                                     





Una creencia muy arraigada en Europa habla del mito de las “urracas ladronas”, aves similares al cuervo, algo más pequeñas, que roban y se llevan al nido pequeños objetos, principalmente si son brillantes. Algunos estudios entretanto, lo contradicen...

Leyendo casualmente respecto a este tema, me vino a la memória una situación que en cierto modo me ha parecido similar y que además de chistosa, también ha sido dolida y dolorida.

Mi madre, tenía en Brasil algunas amigas de nacionalidad española, que se frecuentaban las casas, para comidas, para charlar de los tiempos de juventud, hablar de la España que habían dejado atrás, de sus nuevos sueños, miedos, maridos e hijos.


Una de esas amigas, a quien llamaban Doña María, madrileña, unos cuantos años mayor que ella, enfermera, viuda y con un hijo ya maduro, era una señora simpática y afable, quizás debido a su profesión. Vivía  en una casa pequeña pero muy bien acomodada y llena de detalles por todos sus rincones.

Seguramente eran objetos que llevaba a Brasil desde España en los viajes que solía hacer, con la intención de mantener vivos los recuerdos del pasado y de la vida que había dejado atrás. Algunos recordaban mucho al país, por sus colores amarillo y rojo, como pequeñas banderas, el Toro de Osborne o las famosas y rancias bailarinas de flamenco con sus trajes de distintos colores, inmortalizadas en su posición y que en aquella época, aún solían ponerse encima del televisor y por todas las estanterías.

Tenía también numerosos atavíos de cristales esparcidos por todos los muebles de la casa, y que por no ser vistos comúnmente en las tiendas, o quizás por estar más a mano, despertaban en mí una tremenda curiosidad.

Como jamás he sido un ser tranquilo, todo lo contrario, me pasaba la vida curioseando todo a mi alrededor, corriendo de un lado a otro, subiendo y bajando en todo lo que estaba a mi alcance, como si tuviera alas en los pies igual al antiguo dios griego Hermes o más probablemente, al dios romano Mercurio, que entre otras cosas se le atribuye ser el jefe de los sueños y el guardián de las puertas, justo esas que tanto me atraían, principalmente si estaban cerradas.

Recuerdo que me era imposible estar quieta, más aún si estaba aburrida y que además de dos buenos ojos, también solía toquetear todo lo que me llamaba la atención, tanto lo que estaba expuesto, como lo que estaba dentro de cajones y armarios. Me resultaba imposible no hacerlo, como si tuviera la necesidad de confirmar todo lo que veía a través de los ojos-yema de los dedos. Estudios científicos dicen que es en las yemas de los dedos y no en las palmas de la mano donde se puede conocer el potencial y el destino de cada uno, estudiar la felicidad del ser humano e identificarse con la naturaleza. ¿Y quién soy yo para ir en contra de la naturaleza?

Mi madre, una asturiana rígida en la educación, a quien incluso, una coma fuera de su sitio le molestaba, principalmente si la movía yo, después de algunas horas de visita, risas y entretenimiento, entre cafés, tartas y bizcochos, distraída por la larga charla, olvidándose por horas de mi presencia, cosa que yo siempre agradecía, se levanta en dónde había estado apaciblemente sentada durante todo el encuentro y recoge finalmente su bolso de la silla, en dónde lo había dejado.

Al cogerlo se sorprendió por su peso. Pesaba muchísimo, más de lo normal y decidió abrirlo para entender lo que ocurría. Cuál no fue su sorpresa al averiguar que en su interior había una infinidad de pequeños trastos que se fueron amontonando encima de la mesita del salón, trastos que yo con todo el cariño y después de seleccionarlos cuidadosamente, los había metido dentro para llevarlos a casa.

Sin dudar un segundo siquiera de la inocencia de ese comportamiento, D. María se partió de risa, pero a mi madre, al contrario, no le hizo ninguna gracia y me acusó de haberlo robado, me pegó una zurra y me dejó totalmente abochornada. Así que de un repente, dejé de llevarme las cosas que me llamaban la atención, pero obviamente seguí toqueteando todo lo que me gustaba con los ojos-yema y a partir de ahí, empecé a alimentar un nuevo sentimiento, el de la empatía, identificándome totalmente  con las pobres “urracas-ladronas”  tan erróneamente acusadas de cleptómanas...

Por supuesto este incidente quedó en la historia común entre esas amigas y volvían a recordarlo de vez en cuando y las hacía reír un buen rato. Después de años y ya superadas la vergüenza y la humillación, confieso que cuando imagino la escena, hasta a mí ahora, me hace mucha gracia.


© M.del Carmen B.García






No hay comentarios:

Publicar un comentario