domingo, 4 de junio de 2017

La sala de espera...


                           



La sala de espera del Centro Hospitalar estaba llena en aquel viernes por la tarde. Me senté entre un señor de edad y una niña acompañada por su madre, o quizás fuera al contrario, no lo sé.

Delante de mí, estaba el ventanal del Hospital desde el que se podían ver algunos edificios, un parque a lo lejos y un cielo gris que invocaba lluvia. El día fuera ya era triste, dentro de una sala de hospital lo entristecía aún más. Me detuve a reparar en las personas que agradaban ser llamadas.

A mi frente, una anciana se secaba los ojos a toda hora. No sabía si lloraba o tenía algún problema en los ojos. A su derecha una otra señora fruncía las cejas, quizás por estar preocupada o por algún dolor físico o de alma.

-¿Tardarán mucho para atendernos? dijo a la que lloraba a su vecina.
-¡Pués no lo sé, también lo estoy pasando muy mal, pero sabe cómo son. Van a su ritmo, a su aire. Habrá que tener paciencia. Además los fines de semana, no sé bien porqué, siempre hay más movida.

A la izquierda, un adolescente que parecía estar de visita, no despegaba los ojos de su móvil. Habría venido por algún resultado médico o acompañando a la anciana que se secaba los ojos. Se portaba con la misma tranquilidad como si estuviera en el salón de su casa.

-¡Joo, es que esta wiffi del hospital es una putada. No logro hacer nada!
-¡Tranquilo! le responde la señora. ¡No seas tan impaciente, no será por eso que te vas a morir.

Al fondo de la sala, un señor de mediana edad, rechoncho y mofletudo, hacía muecas y transpiraba en abundancia. Parecía tener dificultad para oxigenarse, quizás por eso y no por su peso transpirase tanto.

Mientras aguardaba mi vez, observaba al mi alrededor. Me gustaba distraerme observando a los demás e imaginando sus vidas a través de sus comentários.

El señor a mi lado, hacía un ruido raro al respirar. Parecía un gato. Me recordó a una tía abuela que había conocido cuando era niña. Me causaba angustia.

Luego la niña, como toda cría, empezó a inquietarse, a correr de aquí a allí, rompiendo el ambiente tenso con un desasosiego espontáneo y saludable. No parecía estar mal, todo lo contrário. Quería llamar la atención y vino hacia mí al reparar que la miraba.

-¿Sabes porqué estoy aquí? me preguntó con carita de alegría.
-¡No! respondí ¡Pero no pareces enferma, estás muy alegre!
-¡Sí, que lo estoy! Respondió, riéndose.
-¡Es mi mamá que está algo malita! ¡Pero no está enferma tampoco! ¿Ehhh?
-¡Es que mi hermanito le está dando pataditas en la barriga y quiere que pare, porque le hace daño y eso no se puede hacer a la mamá. ¿No?

La mamá y yo nos miramos y nos reímos. Era lo que daba ánimo y vida a la sala de espera de un hospital en un viernes gris por la tarde.





© M.del Carmen B.García



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