domingo, 4 de junio de 2017

Érase una vez...


                       


Érase una vez un país muy bello, pequeño en extensión y grande en
desigualdades. Su pueblo creía vivir en un Estado democrático de Derecho. Se les había metido eso en la cabeza durante muchos años, después de una larga dictadura.

Una gruesa cortina de humo encubría los ojos de la grande mayoría de sus súbditos. Casi no tenían opciones de trabajo y si trabajaban, mal ganaban para el sustento de su familia, pero mismo así temían a lo nuevo. Preferían mantener lo malo conocido a intentar un cambio.

No se percataban que estaban subyugados a leyes que no les beneficiaban, por lo tanto, nada hacían para derrocarlas. Eran más bien acomodados que evolucionados y para mantenerlos en ese estado letárgico, sumiso y dócil, se usaban cortinas de humo amedrontándoles contra cualquier cambio que pusiera en peligro el "establishment".

Habían coliseos en dónde se practicaban algunos deportes de origen medieval para al gozo y entretenimiento de sus vasallos. Abundaban diversiones basura, de esas que alimentan la miseria interna de muchos humanos. Era la distracción perfecta y la que tenía mayor audiencia.

Tenían reyes, pero no de esos que antiguamente mandaban barcas y súbditos leales a dominar nuevos pueblos arrebatándoles sus tesoros. Estos ya tenían las arcas bien llenas y un pueblo muy dócil y sumiso. No tenían voz, pero ahí seguían, para que no se les olvidaran. Los piratas de ahora eran elegidos por el pueblo y lo tenían más fácil. En vísperas de elecciones se les prometían el oro y el moro, pero a sus espaldas manipulaban y usurpaban el dinero público para sus propios beneficios. Subían, creaban y desvirtuaban impuestos, llegando a robar herencias de los menos favorecidos para engordar sus fortunas particulares. Algunas leyes eran tan abusivas como lo fueron en la época de los señores feudales.

A los empresarios les salía más en cuenta producir en países de trabajo esclavo que dar trabajo y sueldo justo a los de su tierra. No tenían el interés ni la sabiduría para exigir el cambio necesario para que pudieran desarrollarse y evolucionar como una nación madura, productiva y honesta. Al final su fortuna estaba garantizada.

Muchos se iban del país, otros luchaban a duras penas para sobrevivir. Los jóvenes más perdidos, usando de la bebida, en bandos. se envalentonaban contra los más débiles y los diferentes, jamás contra sus amos y señores. Estaban embotados, perdidos y mirando a su propio ombligo y placer. Volvían con el antiguo espíritu de jaurías como en la prehistoria.

La venda que llevaba la Dama de la Justicia estaba por tanto bien "justificada". Veía lo que quería ver.

Yo, particularmente, echo de menos a los piratas que arriesgaban sus vidas en mares desconocidos. Estos daban la cara y eran valientes. Además, les perseguían y se les condenaban siempre.




© M.del Carmen B.García

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